«¿No pasa que durante los primeros días y el primer momento sonríe y saluda a todo aquel que encuentra, dice no ser tirano, promete muchas cosas en privado y público, libera de deudas y reparte tierras entre el pueblo y los de su séquito, y trata de pasar por tener modales amables y suaves con todos?»
«Así también cuando el protector del pueblo recibe una masa obediente, empapa sus manos en la sangre de sus conciudadanos; en virtud de injustas acusaciones, que son demasiado frecuentes, lleva a la gente a los tribunales y la asesina, bañando su lengua y su boca impía en la sangre de sus parientes y amigos diezma al Estado, valiéndose del destierro y de las cadenas, y propone la abolición de las deudas y una nueva división de las tierras, ¿no es después de esto forzosamente fatal que semejante individuo perezca a manos de sus adversarios o que se haga tirano y de hombre se convierta en lobo?»
Libro VIII de La República