La verdad de los negacionistas

El negacionismo parece estar de moda, no tanto por los partidarios de negar la existencia del Covid19 como por el recurso fácil de calificar como negacionista a todo aquel que discuta en algo la verdad “oficial”. Con esto los gobiernos y sus altavoces no pretenden luchar contra los bulos sino contra la críticas, contra todo aquello que pueda descabalgarlos de su posición de poder. 

Si bien es cierto que habrá quienes nieguen la existencia de un virus porque no pueden verlo ni tocarlo, lo que alégremente se tacha de negacionismo esconde también algo de verdad. Me parece profundamente injusto descalificar a tanta gente que puede expresarse con mayor o menor acierto pero que tiene todo el derecho a preguntarse y a cuestionar verdades que en ningún caso son reveladas. Al contrario, atendiendo a los portavoces y medios oficiales que han desinformado y continúan cometiendo errores, están más que justificadas.

Las mascarilla no te protegen. En cierto modo es verdad, las quirúrgicas e higiénicas no protegen a quien las lleva sino que evitan “contaminar” hacia el exterior, por lo que protegen a los demás pero nos desprotegen si otra persona no se la pone o hace un mal uso. Lo que deberíamos preguntarnos es porque otras mascarillas que sí protegen a quienes las llevan no se recomiendan o exigen preferentemente. Lo que hemos visto, de hecho, ha sido lo contrario, primero negaron la necesidad de llevar cualquier tipo de mascarilla e incluso las ffp2 llegaron a considerarse “insolidarias”. En una sociedad más libre e informada quienes no quisieran llevar mascarilla por considerarla un bozal tan solo se pondrían en riesgo a ellos mismos mientras que a los demás no debería importarnos porque estaríamos protegidos, si así lo decidieramos, con mascarillas ffp2, incluso de las que llevan filtros.

Las vacunas son peligrosas. No parece que una vacuna -como todas las que se llevan administrando a la población en las últimas décadas- vaya a modificar nuestro material genético o causar graves perjuicios a nuestro organismo. Aún así las vacunas contra el nuevo virus se han desarrollado en un tiempo récord -algo que debemos agradecer a las empresas farmacéuticas- por lo que es imposible conocer fehacientemente cuales pueden ser las consecuencias a largo plazo de las vacunas. Simplemente es imposible saberlo porque ha sido materialmente imposible probarlas, solo podemos basarnos en los precedentes y sobre los mismos realizar suposiciones. Buena prueba de ello es que países como Israel han colaborado estrechamente con los productores de las vacunas para informar sobre su administración y efectos, o todavía se está estudiando -y no se tiene muy claro- la efectividad o conveniencia de alguna de las vacunas en ciertos grupos de población. Algo de experimentación hay en este proceso de vacunación acelerado y negarlo tan solo alimenta las teorías conspirativas. No habría problema en admitirlo y, dada la situación pandémica, arriesgarse. ¿Merece la pena? Seguramente sí, pero se debe informar a la población y tratarla como adulta en lugar de infantilizarla.

La pandemia es una excusa para el control social. Aquí se podría resumir explicando que empezaron a controlarnos para contener la pandemia y terminaron asuntándonos con la pandemia para controlarnos. Más de un año después de que se conociera la existencia de un nuevo virus no parece serio continuar tomando medidas restrictivas de libertades en lugar de optar por medidas más inteligentes fruto de una buena estrategia y previsión. Ciertamente en un primer momento la única opción para evitar muertes era aislarnos -que no encerrarnos- pero no ahora cuando ya disponemos  de vacunas, más información y hemos tenido un año entero para planificar una respuesta sanitaria y social. Pero ha ocurrido todo lo contrario, en un primer momento muchos gobernantes se mostraron reacios a tomar medidas restrictivas causando con ello un agravamiento de la pandemia que ha provocado miles de infectados y muertos evitables mientras que ahora parecen abonados a mantener encerrada y paralizada a la población. En particular hemos visto como en España se ha criticado y tratado de ridiculizar a Isabel Díaz Ayuso, la única que ha invertido en un hospital específico para evitar la saturación del sistema sanitario ordinario. Mientras tanto, continúan desapareciendo vacunas, no existe un plan claro ni serio de vacunación e, incluso, existen serias dudas de que la Unión Europea y el gobierno español sean capaces de abastecer de suficientes dosis. Nuestros políticos deberían esforzarse en lo importante en lugar de quedarse con lo fácil y efectista -que no efectivo- como toques de queda y otras medidas de control social amparadas en un Estado de excepción encubierto y de dudosa legalidad. Eso sí, el ministro de Sanidad que gestionaba la respuesta a la pandemia tuvo tiempo para hacer campaña y presentarse a unas elecciones regionales. Y mucha gente le votó, en cierto modo tenemos lo que nos merecemos o, al menos, algunos se merecen.

Las contradicciones, las simplificaciones y las mentiras (por nuestro bien) tampoco han ayudado sino que han fomentado las sospechas sobre la pretendida verdad “oficial” y “experta”. A fin de cuentas quienes más critican hoy a los negacionistas, los señalan y se comportan como inquisidores son los negacionistas de ayer. Hace justo un año varios divulgadores científicos minimizaron el coronavirus comparándolo con una simple gripe, los medios de comunicación  – públicos y privados- se limitaron a reproducir las mentiras oficiales que se dictaban desde los ministerios. Creo que no es necesario repetir el historial de mentiras que entre Fernando Simón y Salvador Illa difundieron con un halo de cientificismo. Son ellos los máximos responsables del negacionismo y no quienes mantienen vivo su pensamiento crítico y, por tanto, científico.

A mí que no me busquen entre esa masa enfurecida que pretende señalar y “cancelar” de por vida a quienes anhelan la normalidad en lugar de resignarse a la nueva -que no buena- normalidad que se dicta a golpe de boletín oficial por decreto. En esto sí que nos va la vida, y no en aquel 8M en el que las falsas feministas con la vicepresidenta del gobierno español, Carmen Calvo, a la cabeza se lanzaron a las calles a propagar la epidemia de forma masiva e irresponsable.

Todavía queda mucho para conseguir la inmunidad de rebaño pero no podremos quejarnos de que muchos de nuestros políticos se han esforzado en ampliar su rebaño particular.

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