Pocos temas tan controvertidos últimamente como el color de piel de un elfo y una sirena en las últimas adaptaciones de Amazon y Disney. Un asunto sobre el que me extenderé un poco ya que, pese al chiste fácil, no hay blancos ni negros. Al fin y al cabo no creo que sea equiparable la adaptación de una historia ficticia a cambiar la raza o el sexo de un personaje histórico como algunas de estas plataformas están haciendo.
Y no es lo mismo porque en toda la adaptación hay algo de interpretación del mito que lo carga con atributos contemporáneos que no habría tenido sentido ni en la época ni en el lugar que sucedieron. Uno de estos efectos puede verse en algo tan simple con la vestimenta a través del arte. A lo largo de la historia grandes pintores han tratado de representar episodios bíblicos. Estas reproducciones pictóricas aunque retraten un mismo hecho difieren tanto en técnicas como en los ropajes que llevan los protagonistas, que dependiendo de la escuela pictórica pueden tratar de reproducir de forma fidedigna la que se llevaba en los tiempos de Moises o se reinterpreta vistiendo a los santos a la moda contemporánea del artista. Incluso en el primer caso puede que en realidad nada tuvieran que ver los estilos plasmados en el cuadro con los que llevaron en realidad, pero a base de reproducir una y otra vez a lo largo de la historia un mismo tipo de vestimentas han quedado grabadas en nuestro imaginario de forma que verlos con algo distinto, o incluso con colores diferentes, choca con la idealización que habíamos hecho.
Lo mismo ocurre con la fisonomía de los personajes o con lugares históricos, e incluso míticos. Las representaciones que se han hecho del pasado terminan condicionado las futuras y, si no entran dentro de este molde nos parecen extrañas e incluso podemos rechazarlas. Es algo que ocurre con todas las adaptaciones, una vez que hay una que roza la genialidad es muy difícil que nos olvidemos de ella y tendemos a compararla. Lo hemos visto especialmente con muchas películas de la época dorada de Disney, obras maestras que además marcaron nuestra infancia con lo que este efecto idealizador se multiplica. Hasta los doblajes de antes -que hoy no se aceptan y se cambian- nos parecen insustituibles.
Es complicado mejorar lo que ya es bueno, por eso muchos remakes fallan al no ofrecer nada que mejore lo que ya se hizo. Un fracaso anunciado producto de la falta de imaginación por parte de los nuevos creadores o de su falta de audacia a la hora de proponer una revisión original del mito. Aunque hay casos de éxito, en la filmografía superheróica también se producen estas reinvenciones -como ya ocurría y ocurre continuamente en los comics- sin que nadie pueda llegar a decir que el Batman de Nolan es mejor que el de Tim Burton, ¿acaso no son buenos ambos al narrar desde diferentes aproximaciones a un mismo personaje? Es un buen ejemplo porque aunque cambien al actor puede que Bruce Wayne nos siga pareciendo Bruce Wayne. El riesgo es siempre mayor en estos casos porque no está todo por hacer y siempre habrá una referencia con la que comparar.
Sin dejar atrás los tebeos no solo es que cambien dibujantes y guionistas sino que en ocasiones el personaje se reinventa. No es algo nuevo, sin ir más lejos ha habido muchos “Flash”como Jay Garry, Barry Allen o sus sobrino Brat y Wally West. Para tratar de ordenar algunas de estas historias que en no pocas ocasiones se contradecían tanto en DC como el Marvel inventaron que todas transcurrían en un multiverso de realidades infinitas con lo que aseguraban la coherencia de los casos más disparatados. Uno de los cómics que hoy tiene notable éxito es el SpiderMan de Miles Morales, un chico latino que hereda la responsabilidad que en su día tuvo Peter Parker. Teniendo esto en cuenta es difícil argumentar contra la idea de que cambien la raza o el sexo a un superhéroe pues todo tiene cabida no ya en un mundo líquido sino en un multiverso de tierras infinitas.
Pero volvamos a la Sirenita que se mueve en un mundo acuático imaginado en un cuento por el danés Hans Christian Andersen dos siglos atrás. En el original define a la sirenita como la hija más bella del rey de los mares “tenía la piel clara y delicada como un pétalo de rosa, y los ojos azules como el lago más profundo; como todas sus hermanas, no tenía pies; su cuerpo terminaba en cola de pez”. Está claro que no era ni pelirroja ni tenía la piel negra -aunque ahora podrían decir que tenía la tez de un negro claro- pero es que ambas historias, como otras que se han hecho sobre la Sirenita son adaptaciones. Ni siquiera el final de la película de Disney es el mismo que el del cuento original, mucho más trágico aunque también hermoso.
La duda que genera no tiene tanto que ver con el cambio de color de algunos personajes fantásticos si no por qué ahora. Lo que a muchos molesta no es tanto el color como el adoctrinamiento que implican unas directrices que, de un día para otro y casi por sistema, han venido a cambiar a personajes que conocíamos desde antaño. Más allá de estos detalles accesorios como el color de piel yo me preguntaría si el actor o la actriz elegidos son los que mejor encajan y transmiten el papel, pero en esto también cabría la subjetividad porque está claro que más de uno podría interpretarlo notablemente. Así que de la misma forma que los mitos se reinterpretan al calor de las modas contemporáneas e incluso reflejan cómo es la sociedad actual no parece extraño que en Estados Unidos, una sociedad multirracial, cuente con personajes negros no solo en personajes “racializados” como se dice -Kunta Kinte tendría que ser necesariamente negro- sino que los incluya en cualquier historia y, de hecho, a muchos secundarios se les cambiaba el color de la piel pero existía una resistencia a hacerlo con papeles más principales. A nadie le extraña que en una adaptación japonesa -por ejemplo Ghost- los personajes estén interpretados con nipones de rasgos marcados y, si acaso, sorprendería lo contrario porque de hecho otras sociedades son más cerradas y no admiten con tanta facilidad al diferente. El problema, me temo, es que Hollywood sí que ha sido racista durante muchos años excluyendo la posibilidad de que los personajes principales fueran de color (negro) y ahora trata de expiar sus culpas acusando a quienes no les gustan estos cambios -lo cual también es legítimo- como racistas. Porque te puede disgustar la sirenita negra como no te puede gustar la armadura que Peter Jackson le puso a Sauron.
Y esto me sirve para salir de las profundidades del océano y viajar a la Tierra Media, que con la serie Los Anillos de Poder también está siendo objeto de muchas críticas. Más cuestionable es haberse atrevido a cambiarle el color a un elfo pero no es la única alteración que se ha hecho sobre la historia original basada en un libro, el Silmarillion, cuyos derechos, por otro lado, no tienen los creadores de la serie. Las modificaciones no son ya un capricho sino tal vez una necesidad, claro que muchos cuestionarán para qué tratan de adaptar una historia sobre la que no tienen la totalidad de los derechos. En todo caso, nos encontramos ante una adaptación de una historia difícil de abarcar -siempre se dice que los libros son mejores que las películas- y lo cierto es que está basada en un libro que Tolkien no pudo publicar. El Silmarillion es -y esta una opinión totalmente personal de alguien que disfrutó con El Hobbit y El señor de los Anillos- ilegible. No se puede leer, no porque no tenga interés sino porque la intención de Tolkien al tratar de narrar toda la historia, mitología de un mundo, un universo, es inabarcable para un solo hombre. Puede que en su cabeza todo tuviera sentido y le sirviera para dar coherencia a otras historias que no dejan de ser narraciones que transcurren en un mundo del cual desconocemos muchos detalles. Son historias limitadas. Es el problema de la fantasía, que a diferencia de lo que ocurre con las novelas que transcurren en nuestro mundo, todo está por definir y nuestra imaginación completa esos huecos. Esto también ocurre en cualquier ficción pero en la fantasía mucho más y por ello el peso de las antiguas adaptaciones es mayor y sin darnos cuenta las tomamos como referencia. Es cierto que Tolkien fue muy descriptivo pero también lo es que algunas ilustraciones, como las de Alan Lee, han creado un universo de imágenes en las que es inevitable pensar cuando leemos o vemos alguna representación de El Señor de los Anillos. De ahí que no termine de comprender las críticas furibundas contra los Anillos de Poder, una serie que en sus tres primeros episodios ha desplegado ante nosotros el mundo de Tolkien con unos efectos especiales y una banda sonora que erizan el vello, una historia trepidante que mezcla acción, aventura y fantasía en la que cada personaje es carismático… Obviamente hay cambios, quizá el más significativo sea el de la cronología que hará transcurrir algo más de mil años en unos cincuenta, pero también es una licencia que permite mantener el ritmo y el interés de una narración que de otro modo tendría muchos saltos y sería difícilmente trasladable a la pantalla.
En definitiva, juzguemos el arte -el cine y las series lo son- por sus cualidades en lugar de amargar nuestra existencia tratando de analizarlo desde un punto de vista ideológico como haría Juan Carlos Monedero, incapaz de disfrutar de una película de Disney porque es rehén de sus propios fantasmas. No seáis como Monedero.