Aburre escuchar que vivimos tiempos de crispación política que nada tienen que ver con un pasado idílico de concordia y entendimiento. Suele venir acompañada de la reflexión de que los políticos de ahora son mucho peores que los anteriores o los de otros países. Estas apreciaciones, sin embargo, tienen un sesgo tremendo. Hoy encumbramos a políticos como Felipe González o José María Aznar pero cuando gobernaron lo hicieron rodeados de corrupción y escándalos (el PSOE de González fue el de Roldán, Filesa, los hermanos Guerra, Mister X, los GAL, etc.) o con un fuerte rechazo y crispación en las calles (el Prestige o el «No a la Guerra» contra Aznar). González fue durísimo como oposición al gobierno de la transición presidido por Suárez y Aznar martilleó con aquel «váyase, señor González» las sesiones parlamentarias. Al fin y al cabo los políticos, mejores o peores, tan solo son una muestra de cómo es la sociedad del momento, y nuestra mente nos engaña recordando preferentemente lo positivo e incluso etapas tempranas y felices de nuestra vida en las que la política, afortunadamente, no era algo que entendiéramos ni nos preocupara.
La crispación es, además, inseparable de la política democrática. Los ciudadanos votan para elegir representantes… y gobierno. Pero siempre hay ganadores y perdedores. Y lo más probable es que termine gobernando a quién uno no ha votado y, lo que es peor, quién nos produce un enorme rechazo. Quienes alcanzan el poder quieren, lógicamente, mantenerlo y la oposición descabalgarlos por lo que los incentivos de los políticos se enfocan a las próximas elecciones y en el más corto plazo posible. Esa idea etérea del bien común es algo que solo se logra si está alineada con los intereses electorales de los actores políticos, por casualidad, o incluso, por equivocación. Convendría ir superando el viejo idealismo porque para votar hay que ser mayor de edad.
Pero esta crispación resulta de lo más sana porque en este juego de intereses cruzados los políticos se fiscalizan unos a otros, llevando transparencia e información al lugar en el que los gobiernos no democráticos solo mantienen opacidad. El turno de partidos en el gobierno se produce pese -o mejor dicho, gracias- a la crispación de forma pacífica superando los magnicidios o convulsiones sociales que desde la Antigüedad se sucedieron hasta nuestra democracia moderna, muy diferente a la de los antiguos. Crispación y violencia es lo que hubo durante la etapa de la II República y aquello terminó como terminó, lo que no se puede ni debe hacer es ensalzar un régimen político mucho peor que el que tenemos en la actualidad.
Lo que sí ocurre hoy en España es que tenemos un gobierno de coalición sin mayoría parlamentaria. Es la inestabilidad de los apoyos políticos de Pedro Sánchez la que impide que haya acuerdos y más sosiego parlamentario. Primero porque el actual gobierno vive de rentas pasadas, si hoy hubiera un llamamiento a las urnas el PSOE ya no sería el partido más votado y no tendría posibilidad de formar gobierno. Segundo porque a pesar de que el actual gobierno se formó sin una mayoría en el Congreso, ha pretendido gobernar como si la tuviera. Sí, en la investidura consiguió 167 votos frente a los 165 que votaron en contra pero se quedó lejos de los 176 diputados que constituyen la mayoría absoluta de la cámara y los partidos de la coalición cuentan, únicamente, con 155 asientos en el Congreso. No asumir esta debilidad ni explorar otras posibilidades de acuerdo son las razones que llevan una y otra vez al gobierno de Pedro Sánchez a un callejón sin salida del que solo podría salir con un adelanto electoral. Opción que tan solo planteará cuando no le quede más remedio porque supondrá su fin político. O siendo realistas, cuando más le convenga al PNV.
El gobierno de Pedro Sánchez ha sobrepasado su fecha de consumo preferente como indican las encuestas. Que hay un cambio demoscópico, e incluso social, es algo claro pero aun suponiendo que no se estuvieran dando las transferencias de voto que ya se han visto en las elecciones de Madrid, la misma distribución del voto de las pasadas elecciones que dieron la mayoría a Sánchez ahora se la quitarían. La clave es el sistema electoral y la debilidad de uno de los partidos, Ciudadanos, como ya se vio con la proyección de los resultados de una España Suma en noviembre de 2019. No es de extrañar, pese a que desde la moción de censura del 18 se ha tratado de trasladar la idea de que el PSOE conseguía grandes victorias o que teñía de rojo los mapas electorales… cuando la mayoría de estos triunfos eran relativos. Hay que tener en cuenta que en España el PSOE gobierna con menos del 30% de los votos pero es que en Cataluña lo que se vendió es que habían ganado lo hizo tan solo con el 23% del voto popular y empatando a escaños con otra fuerza política. Si en lugar de escuchar los mensajes gubernamentales y a sus portavoces mediáticos se analizaran los datos ahora no nos sorprendería que el socialista Salvador Illa no haya ni podido presentarse a una sesión de investidura como prometió que haría. Son tan solo unos ejemplos pero si repasamos los resultados autonómicos abundan las regiones en las que el PSOE se encuentra más cerca del 20% de los votos a las que logra superar holgadamente el 30% como en los casos de Castilla la Mancha, Extremadura o La Rioja.
Los activos políticos de Pedro Sánchez siempre han sido muy débiles, su mayor éxito fue hacer creer a los españoles lo contrario. Lo que es más difícil de explicar es cómo en estos tiempos en los que en las tertulias hay más politólogos por metro cuadrado que nunca se haya podido trasladar esta idea equivocada. O tal vez sea la causa. En cualquier caso, ahora mismo el PP no tienen ni que ganar las elecciones, el sistema electoral las ganaría por los populares pero es que, además, el cambio de tendencia es claro e irá profundizándose en los próximos meses. Mientras esperamos a que haya elecciones alégrense cuando vean a los políticos insultándose y gritándose desde las tribunas parlamentarias porque la alternativa sería que se estuvieran acuchillando o un gobierno sin oposición. Bendita crispación, bendita democracia. Que nos dure muchos años más.